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Demonio (Biblia): Difference between revisions

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Es importante señalar que el vocabulario para los espíritus malignos en el Antiguo Testamento parece carecer de un principio unificador. Reconocer y entender la naturaleza sobrenatural de lo que se desarrolla en Génesis 3, 6:1–4 y 11:1–9 (comparar con Deut 32:8–9) proporciona el marco para cómo los escritores del Antiguo Testamento pensaban sobre el mundo espiritual invisible y su relación con el mundo terrestre. También tendremos que considerar la cuestión de los «pseudo-demonios» en la discusión académica de ciertos términos en el Antiguo Testamento hebreo.
Es importante señalar que el vocabulario para los espíritus malignos en el Antiguo Testamento parece carecer de un principio unificador. Reconocer y entender la naturaleza sobrenatural de lo que se desarrolla en Génesis 3, 6:1–4 y 11:1–9 (comparar con Deut 32:8–9) proporciona el marco para cómo los escritores del Antiguo Testamento pensaban sobre el mundo espiritual invisible y su relación con el mundo terrestre. También tendremos que considerar la cuestión de los «pseudo-demonios» en la discusión académica de ciertos términos en el Antiguo Testamento hebreo.
====== Términos relacionados con el reino de los muertos y sus habitantes ======
La caída trajo la muerte a la humanidad. Su antagonista sobrenatural, descrito con el término «''nāḥāš''» («''serpiente''») en ese pasaje, fue arrojado a «''ʾereṣ''», un término que suele traducirse como «tierra» pero que también se usa para el dominio de los muertos (Jonás 2:6; Jer. 17:13; Sal. 71:20). Jonás 2:6 es particularmente instructivo en este sentido, ya que la palabra «''ʾereṣ''» aparece en paralelo con el término «''šaḥat''» («fosa»), un término frecuentemente empleado para hablar de la tumba o el inframundo (Job. 33:18, 22, 24, 28, 30; Sal 30:9; Isa 51:14).
La figura sobrenatural maligna más conocida en el inframundo bíblico es la serpiente del Edén, conocida posteriormente, a partir del período del Segundo Templo, como «Satanás». La serpiente nunca es llamada «Satanás» (''śāṭān'') en ningún versículo del Antiguo Testamento. Y, de hecho, es el caso. El tema de por qué es así, cómo se desarrolló la caracterización de esta figura y cómo pasajes distintos de Génesis 3 contribuyen a una teología de esta figura es muy complejo y controvertido, y se abordará con mayor detalle más adelante.
El dominio de los muertos —ese destino postmortem para todos los mortales— es referido mediante una variedad de términos en el Antiguo Testamento hebreo, incluyendo «''sheʾôl''» («Seol»; «la tumba»), «''māwet''» («muerte»), «''ʾereṣ''» («tierra [de los muertos]») y «''bôr''» («fosa»).<ref>El término «Seol» es el más utilizado, «aparece unas 66 veces» (Theodore J. Lewis, ''Dead, Abode of the'', ABD 2:101).</ref> Como el reino de los muertos desencarnados, este lugar no tiene una latitud y longitud literal. Sin embargo, la asociación de la muerte con el entierro llevó a los escritores bíblicos a describir a los muertos como «descendiendo» (hebreo ''y-r-d'') a ese lugar (Nm. 16:30; Job. 7:9; Is. 57:9). Lewis resume esta concepción: «Seol representa el lugar más bajo imaginable (Dt. 32:22; Is. 7:11), a menudo usado en contraste con los cielos más altos (Amós. 9:2; Sal. 139:8; Job. 11:8)».<ref>Lewis, ''Dead, Abode of the'', ABD 2:102. Sobre las conexiones entre el Seol y la tumba física, Lewis añade: «El Seol está íntimamente relacionado con la tumba, aunque se ha debatido hasta qué punto se identifica con ella. En un extremo tenemos a los que ven la tumba detrás de cada referencia al Seol, mientras que en el otro extremo el Seol y la tumba se mantienen totalmente separados» (103).</ref>
En la teología del Antiguo Testamento, este reino estaba habitado por seres espirituales además de los muertos humanos desencarnados. Aunque el Antiguo Testamento atribuye a Dios la soberanía sobre los muertos y el poder de resucitar a los muertos, el dominio de los muertos no se equipara con la presencia de Dios. De hecho, el dominio de Dios («los cielos») estaba en oposición, muy por encima, del de los muertos. La esperanza de los justos era ser removidos del inframundo. En consecuencia, estos residentes no humanos del Seol eran comprensiblemente percibidos como siniestros y temibles.<ref>La naturaleza de la vida después de la muerte (positiva y negativa) en el Antiguo Testamento es objeto de debate entre los eruditos. Para una visión general reciente del tema, véase Philip S. Johnston, ''Shades of Sheol: Death and Afterlife in the Old Testament'' (Downers Grove, IL: IVP Academic, 2002). Una postura popular es que los escritores bíblicos tenían una visión positiva de la vida después de la muerte para los justos: que, aunque todos los mortales acaban en el Seol, los justos esperaban salir de él para estar con su Señor. El Seol se percibía como opuesto a la presencia de Dios. Es el reino de la muerte, no de la vida. Estar en la presencia del Señor era vida, no muerte. Aunque a Dios no se le impide estar en el Seol (o en cualquier otro lugar), no es su morada. Es decir, hay pruebas bíblicas de que los justos esperaban estar con el Señor al morir; no suponían que no hubiera una alternativa positiva a la existencia cadavérica en el inframundo. Cualquier punto de vista que pretenda equiparar exclusivamente el Seol con un reino genérico de los muertos y argumentar que los escritores bíblicos no tenían una visión positiva de la vida después de la muerte debe demostrar que el Seol era el hogar de Yahvé en la mente del Antiguo Testamento. Para más información, véase Michael S. Heiser, ''Old Testament Theology of the Afterlife'', en ''Faithlife Study Bible'' (Bellingham, WA: Lexham Press, 2012, 2016).</ref>
====== 1. Refaím (''rĕpāʾîm'') ======
Como ha señalado Lewis, «se ha escrito una gran cantidad de literatura sobre la naturaleza de los Refaím, especialmente desde la publicación de textos ugaríticos donde se los menciona extensamente».<ref>Lewis, ''Dead, Abode of the'', 103-4. Véase su artículo para referencias textuales en el material ugarítico. Cho señala que en Ugarit, debido a su clara asociación con el inframundo, los ''Rapiʾuma'' son «deidades guerreras o reyes muertos divinizados», señalando que algunos estudiosos los consideran «dioses menores que sirven a los dioses superiores». Véase Sang Youl Cho, ''Lesser Deities in the Ugaritic Texts and the Hebrew Bible: A Comparative Study of Their Nature and Roles'' (Piscataway, NJ: Gorgias Press, 2008), 218-19.</ref> La concepción bíblica de los ''רְפָאִים'' está relacionada, pero difiere de su caracterización (''rpʾum'') en el antiguo Ugarit.
La ''English Standard Version'' traduce ''rĕpāʾîm'' como «gigantes», «sombras» (en el sentido de «espíritus de los muertos») o «los muertos», dependiendo del contexto (véase, por ejemplo, 1 Crónicas 20:4; Isaías 26:14; y Job 26:5, respectivamente). Esta variación en la traducción resalta la principal dificultad interpretativa en torno al término: ¿eran los Refaím humanos (vivos o muertos), seres cuasi-divinos o espíritus desencarnados? El uso bíblico abarca todas estas posibilidades, mientras que fuentes extrabíblicas como las tablillas de Ugarit no presentan a los Refaím como gigantes. Los ''rpʾum'' ugaríticos son claramente residentes divinos del inframundo. El término ''rpʾum'' aparece en paralelo con ''ʾilnym'' («dioses del inframundo») y ''ʾilm'' («dioses»), y otras tablillas sitúan a los ''rpʾum'' en el inframundo. La traducción de ''רְפָאִים'' como «sombras» capta la naturaleza «etérea y sombría de los habitantes vivos-muertos del inframundo».
Los refaím bíblicos son residentes sobrenaturales del inframundo, un lugar en el plano espiritual de la realidad desvinculado de la presencia de Dios. Permanecer en ese lugar significaba estar separado de la vida con Dios. Esa idea es evidente en pasajes como Proverbios 21:16: «El hombre que se aparta del camino de la cordura [es decir, quien es un necio, definido en las Escrituras como una persona malvada o incrédula] vendrá a parar en la compañía de los muertos [''רְפָאִים'']». El necio engañado por la mujer malvada, la necedad, y que habita con ella en su casa, «no sabe que allí están los muertos [''רְפָאִים''], que sus invitados están en lo profundo del Seol» (Proverbios 9:18).
A diferencia del material de Ugarit, el Antiguo Testamento en ocasiones utiliza el término ''רְפָאִים'' para las tribus de gigantes en los días de Moisés y Josué. Se decía que Og, rey de Basán, era el último vestigio de los Refaím (Deuteronomio 3:11, 13; Josué 12:4; 13:12). Los Refaím están vinculados a los Anakim en Deuteronomio 2:10–11: «Los Emim habitaron en ella anteriormente, un pueblo grande, numeroso y alto como los Anakim. Ellos también eran contados como Refaím». Según Números 13:33, los anakim procedían de los ''nephilim''.
====== 2. Muerte (''māwet/mōt'') ======
Dado que la conexión entre el reino de los muertos y la muerte es obvia, no debería sorprender que la muerte sea, en ocasiones, personificada en el Antiguo Testamento. El punto menos obvio es la inclusión, en el antiguo panteón cananeo, de la deidad conocida como Mōt («Muerte»).
Algunos pasajes del Antiguo Testamento que se refieren a la muerte tienen «connotaciones mitológicas en textos que, sin embargo, podrían leerse de forma totalmente desmitologizada». En la mitología cananea, Mōt es representado como un «consumidor voraz de dioses y hombres» con un apetito desmesurado que «habita en el inframundo, un lugar desagradable de descomposición y destrucción».
La observación de que Mōt ha sido «desmitologizado» es adecuada. Los escritores bíblicos no tenían un «dios de la muerte» distinto de YHWH. La vida y la muerte eran el dominio exclusivo del Dios verdadero (Deuteronomio 32:39; 1 Samuel 2:6; 2 Reyes 5:7). La muerte (''מוֹת'') estaba bajo la autoridad de YHWH.
Sin embargo, los escritores bíblicos recurrieron a nociones semíticas amplias que sugerían la existencia de una entidad espiritual como señor del reino de los muertos. Dios podía, soberanamente, enviar a alguien al inframundo, pero ciertos textos presentan la idea de que los muertos estarían bajo la autoridad de su maestro.
El Antiguo Testamento no asocia específicamente la muerte con la figura de la serpiente ni con el término ''śāṭān''. La referencia en el Nuevo Testamento al diablo como aquel que tiene «el poder de la muerte» (Hebreos 2:14) tiene raíces en el pensamiento cananeo (e israelita). En la religión cananea, los hijos de El debían luchar por la posición de corregente con su padre. En el Ciclo de Baal, Mōt inicialmente vence a Baal, por lo que Baal parece estar muerto. Sin embargo, Baal revive y conquista a Mōt. El «Príncipe Baal» (ugarítico: baʿal zebul) asciende a la corregencia y se convierte en señor del inframundo en el proceso. Este título cananeo es el trasfondo de Beelzebul, un nombre para Satanás/el diablo en el Nuevo Testamento.
Una idea importante surge de la derrota de Baal por Mōt. Esta deidad era un dios de la tormenta y, como tal, el portador de lluvia, lo cual sostenía la vida y hacía la tierra fértil. Esto significaba que Mōt se asociaba con lo opuesto: el desierto estéril, que era, a su vez, una metáfora del reino de los muertos. En su estudio detallado del motivo del desierto, Alston observa:<blockquote>Existe una considerable evidencia en el Antiguo Testamento de que existe una relación íntima entre el concepto de “desierto” y el del caos primordial... esa parte de la realidad que no se preocupa por la vida humana y no provee para su sustento, sino que plantea la constante amenaza de extinción.</blockquote>Más específico a Mōt («Muerte»), Talmon señala: «En el mito ugarítico es Mot, el dios de todo lo que carece de vida y vitalidad, cuya “habitación natural es el desierto abrasado por el sol o, alternativamente, la sombría región del inframundo”».
Existen otros términos en el Antiguo Testamento para los espíritus que residen en el reino de los muertos junto a los ''rĕpāʾîm''. Si la esperanza de los justos era ser rescatados del Seol para la vida eterna con Dios, entonces, por definición, aquellos que quedaban en el Seol residirían allí con los espíritus malignos, cuya residencia en el inframundo se remonta a una rebelión sobrenatural. El inframundo era, por tanto, con lógica, un lugar donde se encontrarían tanto los espíritus de los impíos humanos muertos como los espíritus malignos sobrenaturales.

Revision as of 20:46, 5 November 2024


Un demonio (del griego δαίμων, daimon) es una entidad espiritual rebelde cuya actividad, origen y función están asociados con el mal espiritual y la corrupción moral. Son agentes de caos y destrucción, involucrados en la tentación y el sufrimiento de la humanidad. Tienen una organización estructurada, con roles y jerarquías específicas dentro de un orden espiritual hostil.

Vocabulario bíblico para los Poderes de las Tinieblas

En las traducciones modernas a español e inglés, la palabra «demonios» aparece rara vez en el Antiguo Testamento. La versión ESV, por ejemplo, utiliza este término solo en tres ocasiones. La expresión «espíritu maligno» aparece únicamente una vez (Jue. 9:23), un pasaje que puede o no involucrar una entidad sobrenatural. Esto crea la impresión (y fomenta la conclusión errónea) de que el Antiguo Testamento tiene poco que decir sobre los poderes sobrenaturales de las tinieblas.

En realidad, la metáfora de la oscuridad es fundamental para entender cómo los israelitas percibían las experiencias aterradoras de la vida. Los escritores del Antiguo Testamento vinculaban la rebelión de seres sobrenaturales con la oposición reflejada al gozo eterno y la vida destinada por Dios en la creación de la tierra y la humanidad. Un Dios amoroso creó la tierra como su propio templo-habitación [1], con la intención de que la humanidad fuera parte de su familia. Las rebeliones sobrenaturales trajeron muerte, desastre y enfermedad a la tierra. En lugar de que toda la tierra se convirtiera en un espacio sagrado, la oscuridad permeó el mundo.

Para el israelita antiguo, las amenazas del mundo natural y los peligros de la vida eran consecuencias de rebeliones divinas que, a su vez, fueron catalizadores de la rebelión, la traición y la idolatría en la humanidad. Cualquiera en el Israel antiguo que escuchara o leyera la historia del Edén sabía que no era allí donde vivían. La creación estaba lejos de ser perfecta. La vida en la tierra no era remotamente idílica.[2] Una teología del Antiguo Testamento sobre los poderes de las tinieblas conecta a seres espirituales siniestros con la muerte, el reino de los muertos, y un asalto continuo a la armonía, el orden y el bienestar que el buen Dios de toda la tierra deseaba para el mundo creado para la humanidad.

Esta sección examina brevemente cómo el Antiguo Testamento describe a los poderes sobrenaturales hostiles de las tinieblas en ese contexto. El primer subtítulo abarca una variedad de términos hebreos, considerados en su contexto más amplio del antiguo Cercano Oriente, que identifican a un ser sobrenatural hostil a Dios cuya rebelión llevó al temor, la calamidad, la depravación y la muerte en el mundo de Dios. El segundo subtítulo explica cómo los términos del capítulo anterior fueron traducidos en la Septuaginta (LXX), la antigua traducción griega del Antiguo Testamento hebreo. Los traductores de la Septuaginta a menudo eligieron un término griego para representar varios términos hebreos diferentes. Dado que el Nuevo Testamento fue escrito originalmente en griego, el vocabulario de la Septuaginta a menudo se introduce en el Nuevo Testamento. Como resultado, el Nuevo Testamento tiene menos palabras para referirse a los poderes de las tinieblas y pierde parte de la presentación matizada de los espíritus malignos que se encuentra en el Antiguo Testamento.

Términos hebreos para seres espirituales malignos

Los académicos que han dedicado considerable atención a este tema han señalado desde hace tiempo que «no existe una expresión equivalente para la palabra ‘demonio’ en las lenguas semíticas».[3] Esto es ciertamente cierto, lo cual puede sonar extraño. John Walton resume la situación de manera concisa:

No existe un término general para «demonios» en ninguna de las culturas principales del antiguo Cercano Oriente ni en la Biblia hebrea. En general, se consideran una de las categorías de «seres espirituales» (junto con los dioses y los espíritus de los muertos). El término ‘demonios’ ha tenido una historia irregular; en el uso teológico actual, el término denota a seres, a menudo ángeles caídos, que son intrínsecamente malignos y que obedecen las órdenes de su amo, Satanás. Sin embargo, esta definición solo se volvió común mucho después de que se completara la Biblia hebrea.

A pesar de esta realidad, en la Biblia Hebrea existe una variedad de términos relevantes para nuestro tema. Pero para entender por qué existe esta gran cantidad de términos y la relación entre ellos, es necesario enmarcarlos de acuerdo con la cosmovisión del antiguo Israel.

Los escritores del Antiguo Testamento relacionaron la rebelión de los seres sobrenaturales con los peligros y calamidades que experimentaban. La vida que Dios deseaba para los seres humanos en la tierra había sido desviada y corrompida. Los temores y amenazas del mundo natural eran consecuencias de rebeliones divinas, de las cuales la muerte y el caos se extendieron sobre el mundo de la humanidad. Por esta razón, la mayoría de los términos que encontramos en el Antiguo Testamento pueden ser clasificados como (1) términos asociados con el reino de los muertos y sus habitantes, con lugares temibles asociados a ese reino, o con la amenaza de la muerte misma, o (2) términos asociados con el dominio geográfico de poderes sobrenaturales en rebelión contra Yahvé, el Dios de Israel. Pero antes de llegar a esas dos categorías, debemos comenzar con algunos términos generales relacionados con lo que es un espíritu maligno, ontológicamente hablando.

Términos describiendo la naturaleza de los espíritus malignos

Por definición, un espíritu maligno es un espíritu. Los espíritus malignos son miembros de la hueste celestial de Dios que han decidido rebelarse contra su voluntad. Pasajes como 1 Reyes 22:19–23 dejan claro que «los miembros de la hueste celestial de Dios son espíritus (hebreo: rûḥôt; singular: rûaḥ): entidades que, por naturaleza, no están encarnadas, al menos en el sentido de nuestra experiencia humana de ser físicos en forma».[4]

El punto del lenguaje de «espíritu» es el contraste con el mundo de la humanidad. Los miembros de la hueste celestial de Dios no son, por naturaleza, seres corporales, físicos de nuestro mundo terrestre.[5] Por eso los escritores del Antiguo Testamento ocasionalmente usan los términos hebreos šamayim («los celestiales»), kōkebım («estrellas») y qedōšım («santos»). Los dos primeros términos suelen referirse al cielo visible y a los objetos celestiales en ese cielo. Usar este lenguaje para entidades al servicio de Dios las sitúa metafóricamente en el ámbito espiritual no terrestre, el plano de la realidad en el que Dios existe (Sal. 115:3; Is. 66:1; Job. 38:7–8). Una designación como «santos» sitúa a estos seres en la presencia de Dios—en contraste con el mundo de la humanidad (p. ej., Sal. 89:5–7; Job. 15:15).

Un término frecuentemente malinterpretado que identifica a un ser como miembro del mundo no humano y no terrestre es ʾelōhım («dios»; «dioses»).[6] Dado que los escritores bíblicos identifican una variedad de entidades como ʾelōhım que explícitamente diferencian de YHWH y enfatizan como seres inferiores a éste, está claro que el término ʾelōhım no es una etiqueta exclusiva para un único Ser Supremo. Como Michael S. Heiser ha señalado:

Un escritor bíblico usaría ʾelōhım para etiquetar a cualquier entidad que, por naturaleza, no esté encarnada y que sea miembro del reino espiritual. Esta «otredad» es un atributo que poseen todos los residentes del mundo espiritual. Cada miembro del mundo espiritual puede considerarse como ʾelōhım ya que el término nos dice a qué reino pertenece una entidad en términos de su naturaleza.[7]

El término ʾelōhım simplemente significa «seres divinos»: residentes del mundo sobrenatural. Al elegir ʾelōhım para describir a un ser particular, el escritor bíblico no estaba negando la unicidad de YHWH, el Dios de Israel. Más bien, el término les ayudaba a afirmar que existía un mundo espiritual animado, del cual YHWH era un miembro. YHWH era, por supuesto, único, por cuanto era el Creador no creado de estos otros seres espirituales y superior a ellos en sus atributos.

La palabra ʾelōhım es un vocabulario que trabaja en conjunto con términos como rûḥôt («espíritus»). Algunos de los seres espirituales creados por Dios para servirle en el ámbito espiritual se rebelaron contra él. Su rebelión no significó que dejaron de ser parte de ese mundo o que se convirtieron en algo diferente de lo que eran. Siguen siendo seres espirituales. Más bien, la rebelión afectó (y sigue caracterizando) su disposición hacia, y relación con, YHWH.

Más allá de estos términos ontológicos, es útil agrupar términos que describen a los espíritus malignos en el Antiguo Testamento. Estos pueden ser ampliamente categorizados como: (1) términos asociados con el reino de los muertos y sus habitantes; (2) términos que denotan dominio geográfico de poderes sobrenaturales en rebelión contra YHWH; y (3) criaturas preternaturales asociadas con la idolatría y el terreno profano. El vocabulario explorado en estas categorías deriva de las rebeliones divinas descritas en los primeros capítulos de Génesis.

Es importante señalar que el vocabulario para los espíritus malignos en el Antiguo Testamento parece carecer de un principio unificador. Reconocer y entender la naturaleza sobrenatural de lo que se desarrolla en Génesis 3, 6:1–4 y 11:1–9 (comparar con Deut 32:8–9) proporciona el marco para cómo los escritores del Antiguo Testamento pensaban sobre el mundo espiritual invisible y su relación con el mundo terrestre. También tendremos que considerar la cuestión de los «pseudo-demonios» en la discusión académica de ciertos términos en el Antiguo Testamento hebreo.

Términos relacionados con el reino de los muertos y sus habitantes

La caída trajo la muerte a la humanidad. Su antagonista sobrenatural, descrito con el término «nāḥāš» («serpiente») en ese pasaje, fue arrojado a «ʾereṣ», un término que suele traducirse como «tierra» pero que también se usa para el dominio de los muertos (Jonás 2:6; Jer. 17:13; Sal. 71:20). Jonás 2:6 es particularmente instructivo en este sentido, ya que la palabra «ʾereṣ» aparece en paralelo con el término «šaḥat» («fosa»), un término frecuentemente empleado para hablar de la tumba o el inframundo (Job. 33:18, 22, 24, 28, 30; Sal 30:9; Isa 51:14).

La figura sobrenatural maligna más conocida en el inframundo bíblico es la serpiente del Edén, conocida posteriormente, a partir del período del Segundo Templo, como «Satanás». La serpiente nunca es llamada «Satanás» (śāṭān) en ningún versículo del Antiguo Testamento. Y, de hecho, es el caso. El tema de por qué es así, cómo se desarrolló la caracterización de esta figura y cómo pasajes distintos de Génesis 3 contribuyen a una teología de esta figura es muy complejo y controvertido, y se abordará con mayor detalle más adelante.

El dominio de los muertos —ese destino postmortem para todos los mortales— es referido mediante una variedad de términos en el Antiguo Testamento hebreo, incluyendo «sheʾôl» («Seol»; «la tumba»), «māwet» («muerte»), «ʾereṣ» («tierra [de los muertos]») y «bôr» («fosa»).[8] Como el reino de los muertos desencarnados, este lugar no tiene una latitud y longitud literal. Sin embargo, la asociación de la muerte con el entierro llevó a los escritores bíblicos a describir a los muertos como «descendiendo» (hebreo y-r-d) a ese lugar (Nm. 16:30; Job. 7:9; Is. 57:9). Lewis resume esta concepción: «Seol representa el lugar más bajo imaginable (Dt. 32:22; Is. 7:11), a menudo usado en contraste con los cielos más altos (Amós. 9:2; Sal. 139:8; Job. 11:8)».[9]

En la teología del Antiguo Testamento, este reino estaba habitado por seres espirituales además de los muertos humanos desencarnados. Aunque el Antiguo Testamento atribuye a Dios la soberanía sobre los muertos y el poder de resucitar a los muertos, el dominio de los muertos no se equipara con la presencia de Dios. De hecho, el dominio de Dios («los cielos») estaba en oposición, muy por encima, del de los muertos. La esperanza de los justos era ser removidos del inframundo. En consecuencia, estos residentes no humanos del Seol eran comprensiblemente percibidos como siniestros y temibles.[10]

1. Refaím (rĕpāʾîm)

Como ha señalado Lewis, «se ha escrito una gran cantidad de literatura sobre la naturaleza de los Refaím, especialmente desde la publicación de textos ugaríticos donde se los menciona extensamente».[11] La concepción bíblica de los רְפָאִים está relacionada, pero difiere de su caracterización (rpʾum) en el antiguo Ugarit.

La English Standard Version traduce rĕpāʾîm como «gigantes», «sombras» (en el sentido de «espíritus de los muertos») o «los muertos», dependiendo del contexto (véase, por ejemplo, 1 Crónicas 20:4; Isaías 26:14; y Job 26:5, respectivamente). Esta variación en la traducción resalta la principal dificultad interpretativa en torno al término: ¿eran los Refaím humanos (vivos o muertos), seres cuasi-divinos o espíritus desencarnados? El uso bíblico abarca todas estas posibilidades, mientras que fuentes extrabíblicas como las tablillas de Ugarit no presentan a los Refaím como gigantes. Los rpʾum ugaríticos son claramente residentes divinos del inframundo. El término rpʾum aparece en paralelo con ʾilnym («dioses del inframundo») y ʾilm («dioses»), y otras tablillas sitúan a los rpʾum en el inframundo. La traducción de רְפָאִים como «sombras» capta la naturaleza «etérea y sombría de los habitantes vivos-muertos del inframundo».

Los refaím bíblicos son residentes sobrenaturales del inframundo, un lugar en el plano espiritual de la realidad desvinculado de la presencia de Dios. Permanecer en ese lugar significaba estar separado de la vida con Dios. Esa idea es evidente en pasajes como Proverbios 21:16: «El hombre que se aparta del camino de la cordura [es decir, quien es un necio, definido en las Escrituras como una persona malvada o incrédula] vendrá a parar en la compañía de los muertos [רְפָאִים]». El necio engañado por la mujer malvada, la necedad, y que habita con ella en su casa, «no sabe que allí están los muertos [רְפָאִים], que sus invitados están en lo profundo del Seol» (Proverbios 9:18). A diferencia del material de Ugarit, el Antiguo Testamento en ocasiones utiliza el término רְפָאִים para las tribus de gigantes en los días de Moisés y Josué. Se decía que Og, rey de Basán, era el último vestigio de los Refaím (Deuteronomio 3:11, 13; Josué 12:4; 13:12). Los Refaím están vinculados a los Anakim en Deuteronomio 2:10–11: «Los Emim habitaron en ella anteriormente, un pueblo grande, numeroso y alto como los Anakim. Ellos también eran contados como Refaím». Según Números 13:33, los anakim procedían de los nephilim.

2. Muerte (māwet/mōt)

Dado que la conexión entre el reino de los muertos y la muerte es obvia, no debería sorprender que la muerte sea, en ocasiones, personificada en el Antiguo Testamento. El punto menos obvio es la inclusión, en el antiguo panteón cananeo, de la deidad conocida como Mōt («Muerte»).

Algunos pasajes del Antiguo Testamento que se refieren a la muerte tienen «connotaciones mitológicas en textos que, sin embargo, podrían leerse de forma totalmente desmitologizada». En la mitología cananea, Mōt es representado como un «consumidor voraz de dioses y hombres» con un apetito desmesurado que «habita en el inframundo, un lugar desagradable de descomposición y destrucción».

La observación de que Mōt ha sido «desmitologizado» es adecuada. Los escritores bíblicos no tenían un «dios de la muerte» distinto de YHWH. La vida y la muerte eran el dominio exclusivo del Dios verdadero (Deuteronomio 32:39; 1 Samuel 2:6; 2 Reyes 5:7). La muerte (מוֹת) estaba bajo la autoridad de YHWH.

Sin embargo, los escritores bíblicos recurrieron a nociones semíticas amplias que sugerían la existencia de una entidad espiritual como señor del reino de los muertos. Dios podía, soberanamente, enviar a alguien al inframundo, pero ciertos textos presentan la idea de que los muertos estarían bajo la autoridad de su maestro.

El Antiguo Testamento no asocia específicamente la muerte con la figura de la serpiente ni con el término śāṭān. La referencia en el Nuevo Testamento al diablo como aquel que tiene «el poder de la muerte» (Hebreos 2:14) tiene raíces en el pensamiento cananeo (e israelita). En la religión cananea, los hijos de El debían luchar por la posición de corregente con su padre. En el Ciclo de Baal, Mōt inicialmente vence a Baal, por lo que Baal parece estar muerto. Sin embargo, Baal revive y conquista a Mōt. El «Príncipe Baal» (ugarítico: baʿal zebul) asciende a la corregencia y se convierte en señor del inframundo en el proceso. Este título cananeo es el trasfondo de Beelzebul, un nombre para Satanás/el diablo en el Nuevo Testamento.

Una idea importante surge de la derrota de Baal por Mōt. Esta deidad era un dios de la tormenta y, como tal, el portador de lluvia, lo cual sostenía la vida y hacía la tierra fértil. Esto significaba que Mōt se asociaba con lo opuesto: el desierto estéril, que era, a su vez, una metáfora del reino de los muertos. En su estudio detallado del motivo del desierto, Alston observa:

Existe una considerable evidencia en el Antiguo Testamento de que existe una relación íntima entre el concepto de “desierto” y el del caos primordial... esa parte de la realidad que no se preocupa por la vida humana y no provee para su sustento, sino que plantea la constante amenaza de extinción.

Más específico a Mōt («Muerte»), Talmon señala: «En el mito ugarítico es Mot, el dios de todo lo que carece de vida y vitalidad, cuya “habitación natural es el desierto abrasado por el sol o, alternativamente, la sombría región del inframundo”».

Existen otros términos en el Antiguo Testamento para los espíritus que residen en el reino de los muertos junto a los rĕpāʾîm. Si la esperanza de los justos era ser rescatados del Seol para la vida eterna con Dios, entonces, por definición, aquellos que quedaban en el Seol residirían allí con los espíritus malignos, cuya residencia en el inframundo se remonta a una rebelión sobrenatural. El inframundo era, por tanto, con lógica, un lugar donde se encontrarían tanto los espíritus de los impíos humanos muertos como los espíritus malignos sobrenaturales.

  1. En relación con la comprensión de los relatos de la creación como construcción de templos, véase John H. Walton, The Lost World of Genesis One: Ancient Cosmology and the Origins Debate (Downers Grove, IL: IVP Academic, 2009). Una versión más erudita de este contenido es: John H. Walton, Genesis 1 as Ancient Cosmology (Winona Lake, IN: Eisenbrauns, 2011).
  2. Los cristianos a menudo presumen que toda la tierra era Edén, pero esto contradice lo que leemos en Génesis. Para una breve discusión sobre este tema, véase Michael S. Heiser, The Unseen Realm: Recovering the Supernatural Worldview of the Bible (Bellingham, WA: Lexham Press, 2015), 49–50. Para un tratamiento completo de esta cuestión, véase Hulisani Ramantswana, “God Saw That It Was Good, Not Perfect: A Canonical-Dialogic Reading of Genesis 1–3,” (tesis doctoral, Westminster Theological Seminary, 2010), y Eric M. Vail, “Using ‘Chaos’ in Articulating the Relationship of God and Creation in God’s Creative Activity” (tesis doctoral, Marquette University, 2009).
  3. Henrike Frey-Anthes, «Conceptos de “demonios” en el antiguo Israel», Die Welt des Orients 38 (2008): 38-52.
  4. Michael S. Heiser, Ángeles: What the Bible Really Says about God's Heavenly Host (Bellingham, WA: Lexham Press, 2018), 2. Véanse las páginas 2-7 de esa fuente para una discusión de la terminología “espíritu” de este pasaje y su relación con Sal 103:20-22; 104:4. Nótese que en 1 Re 22:19-23 el ser espiritual que se adelanta con una solución factible para engañar a Acab nunca es llamado malvado. El juicio de Dios sobre el mal (sobrenatural o humano) no debe interpretarse como el mal mismo. No hay indicación ni requisito lógico de que los agentes divinos que llevan a cabo el juicio de Dios sobre los malvados sean ellos mismos malvados.
  5. En una nota a pie de página en Angels, Heiser escribe: «Este punto no es contradicho por pasajes que se refieren a los ángeles como hombres y que los hacen realizar actos físicos (p. ej., Gn. 6:1-4; 18:1-8, 16, 22; 19:1, 10-11, 16; 32:24 [compárese con Os. 12:4]). Cuando los ángeles interactúan con los seres humanos la aparición en forma humana o encarnación real es normativa en la las Escrituras. Sin adoptar alguna forma que pueda ser detectada y analizada por los sentidos humanos, la presencia e interacción angélicas serían incomprensibles» (Angels, 2, nota 2). Para saber cómo se relaciona esto con pasajes como Gn. 6:1-4 y Mt. 22:23-33, véase Heiser, Unseen Realm, capítulos 12-13, 23, y Heiser, Reversing Hermon: Enoch, the Watchers, and the Forgotten Mission of Jesus Christ (Crane, MO: Defender, 2017), 37-54.
  6. Heiser, Unseen Realm, 21–27. For my peer-reviewed work on the subject, see Michael S. Heiser, “Monotheism, Polytheism, Monolatry, or Henotheism? Toward an Assessment of Divine Plurality in the Hebrew Bible,” BBR 18.1 (2008): 1–30; Heiser, “Should ʾelohim with Plural Predication Be Translated ‘Gods’?” Bible Translator 61.3 (July 2010): 123–36; Heiser, “Does Deuteronomy 32:17 Assume or Deny the Reality of Other Gods?” Bible Translator 59.3 (July 2008): 137 45.
  7. El término ʾelōhım, aunque morfológicamente plural, se utiliza más de dos mil veces en la Biblia Hebrea para describir al Dios singular de Israel. Esto no es exclusivo de la Biblia Hebrea. Por ejemplo, las tablillas de Amarna, escritas en acadio, utilizan el plural morfológico ʾilāni («dioses») para dirigirse al singular faraón de Egipto. Para más información, véase Aubrey R. Johnson, The One and the Many in the Israelite Conception of God (Eugene, OR: Wipf & Stock, 2006), 24; Walter Eichrodt, Theology of the Old Testament, vol. 1 (Filadelfia: Westminster John Knox, 1961), 185.
  8. El término «Seol» es el más utilizado, «aparece unas 66 veces» (Theodore J. Lewis, Dead, Abode of the, ABD 2:101).
  9. Lewis, Dead, Abode of the, ABD 2:102. Sobre las conexiones entre el Seol y la tumba física, Lewis añade: «El Seol está íntimamente relacionado con la tumba, aunque se ha debatido hasta qué punto se identifica con ella. En un extremo tenemos a los que ven la tumba detrás de cada referencia al Seol, mientras que en el otro extremo el Seol y la tumba se mantienen totalmente separados» (103).
  10. La naturaleza de la vida después de la muerte (positiva y negativa) en el Antiguo Testamento es objeto de debate entre los eruditos. Para una visión general reciente del tema, véase Philip S. Johnston, Shades of Sheol: Death and Afterlife in the Old Testament (Downers Grove, IL: IVP Academic, 2002). Una postura popular es que los escritores bíblicos tenían una visión positiva de la vida después de la muerte para los justos: que, aunque todos los mortales acaban en el Seol, los justos esperaban salir de él para estar con su Señor. El Seol se percibía como opuesto a la presencia de Dios. Es el reino de la muerte, no de la vida. Estar en la presencia del Señor era vida, no muerte. Aunque a Dios no se le impide estar en el Seol (o en cualquier otro lugar), no es su morada. Es decir, hay pruebas bíblicas de que los justos esperaban estar con el Señor al morir; no suponían que no hubiera una alternativa positiva a la existencia cadavérica en el inframundo. Cualquier punto de vista que pretenda equiparar exclusivamente el Seol con un reino genérico de los muertos y argumentar que los escritores bíblicos no tenían una visión positiva de la vida después de la muerte debe demostrar que el Seol era el hogar de Yahvé en la mente del Antiguo Testamento. Para más información, véase Michael S. Heiser, Old Testament Theology of the Afterlife, en Faithlife Study Bible (Bellingham, WA: Lexham Press, 2012, 2016).
  11. Lewis, Dead, Abode of the, 103-4. Véase su artículo para referencias textuales en el material ugarítico. Cho señala que en Ugarit, debido a su clara asociación con el inframundo, los Rapiʾuma son «deidades guerreras o reyes muertos divinizados», señalando que algunos estudiosos los consideran «dioses menores que sirven a los dioses superiores». Véase Sang Youl Cho, Lesser Deities in the Ugaritic Texts and the Hebrew Bible: A Comparative Study of Their Nature and Roles (Piscataway, NJ: Gorgias Press, 2008), 218-19.